Hugo Chávez Frías fue uno de esos personajes que vivió para hacer noticia. Fiel a la idiosincrasia caribeña, el presidente de Venezuela fue grandilocuente en todo lo malo y bueno que hizo en sus 14 años en el poder.
Apenas a los 58 años de edad y cuando todavía asomaba una amplio panorama en su futuro político, Chávez dejó de existir víctima de un cáncer que minó su otrora todopoderosa figura, sobre todo en los dos últimos años.
Apartado el caudillo, queda preguntarse cuánto del chavismo sobrevivirá sin Chávez.
De momento, todo indica que será complicado desmontar un andamiaje de control en los distintos poderes del Estado, copados por sectores leales a Chávez. La construcción del chavismo, que se hizo a imagen y semejanza de su mesiánico líder, fue un proceso basado en la ideología del Socialismo del Siglo XXI.
Pero no cabe duda de que este Socialismo del Siglo XXI no tendría en Bolivia o Ecuador el mismo éxito que en Venezuela porque el motor de la revolución fue el petróleo, lo que le permitió al gobierno contar con la liquidez necesaria para solventar los programas de asistencialismo social.
El problema del chavismo radica en que, precisamente, su líder tuvo una actitud muy personalista, que tuvo éxito mientras el líder estuvo sano y fuerte, pero que corre el riesgo de desaparecer porque no se construyó una estructura partidaria que garantizara la continuidad política de una institución que vaya más allá de nombres coyunturales. En este contexto, nos referimos a ejemplos como el PRI de México o el Apra en el Perú.
El chavismo no es una estructura partidaria que responda a una ideología de fondo. El chavismo es una pantalla de forma que brindaba réditos al presidente a partir de un confrontacional discurso en el que o se estaba con Chávez o se estaba en contra de él.
Precisamente este maniqueísmo disfrazó las debilidades estructurales entre las huestes del teniente coronel porque no se formaron cuadros de dirigentes con una solidez intelectual. Por el contrario, cuando Chávez asomó débil, quedó en evidencia una suerte de resquebrajamiento al interior del chavismo, dividido entre los sindicalistas y obreros, con Nicolás Maduro a la cabeza, mientras que el otro
sector es el de los militares, representado por el presidente del Congreso, Diosdado Cabello.
En la otra ribera, la oposición ha depositado toda su esperanza en Henrique Capriles. El joven gobernador de Miranda ha sido inteligente en su discurso cuando a fines del 2012 perdió la elección con Chávez. Pero ahora el oficialismo utilizará toda la maquinaria estatal con el fin de mantener a Maduro en el poder. Eso, al menos de momento, parece exasperar a Capriles quien se jugará todas sus cartas, y acaso su futuro político, en las próximas elecciones que marcarán la pauta de lo que podría ocurrir en esta traumatizada Venezuela poschávez.
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