El secreto mejor guardado de Xalapa

El Bazar, ubicado en la avenida Orizaba de esta capital, alberga un tianguis vibrante donde por más de 30 años se intercambia a un módico precio un universo inimaginable de objetos como ropa, herramientas, juguetes o muebles. Muchos xalapeños compran ahí, sin importar la clase social, pero nadie lo confiesa

RUBÉN ROJAS

Es domingo, pero a las diez de la mañana en la avenida Orizaba ya no hay sábanas ni almohadazos. Hace rato que la vida despertó con sus olores a carnitas y gorditas de chicharrón, con los toldos rojos y azules, con el vendedor que pone las manos alrededor de su boca como para formar un altavoz y grita: “pásalepáselepásele que se acaaaba, no se me amontooone, pásele antes de que levante todo”.

A su alrededor, sobre la misma Orizaba y las calles Francisco Vázquez y Francisco Morales, cerca de 700 comerciantes ofrecen de todo, desde el chilatole de panza que humea a media mañana su olor a limón, chile y cebolla, hasta tarántulas, platos de chapulines, y ropa usada.

Es domingo y ya está, como desde hace más de 30 años el Bazar, el tianguis de chácharas de la Orizaba, como lo conocen todos y como en cada domingo donde todo se puede encontrar.

A lo largo de tres cuadras contiguas al Salón Bazar, los casi 700 vendedores tienden sus telas o lonas donde van acomodando la mercancía: pantalones de uso, planchas, licuadoras, cafeteras, tenis, películas, frituras.

Otros ofrecen jugo de piña, tepache, churros, cacalas, faros de vocho, velocímetros, máquinas de escribir, juguetes, controles de televisión, toallas íntimas, pelotas, pantuflas, calcetines balones y jerseys. También hay sables como los de Kill Bill, taladros, cazuelas de cobre, un cuadro con un mono agarrándose la picha con una leyenda que pregunta: ¿qué tiene el hombre en mente?

El sol empieza a asomar su cabeza entre el cielo nublado y los puestos mientras la gente poco a poco empieza a chacharear, regatea un precio: “allá me lo dan más barato”, dice uno. “No mi jefe, cómo cree, si no, no sale”, contesta el vendedor, y los clientes, entre los que se cuentan niñas bien, ex funcionarios municipales como Enrique Ortiz Chalita, hippies, padres con el bebé en brazos y los tenis rotos, van de acá para allá, amontonándose, empujándose, sumiendo la panza para poder pasar entre los pasillos y banquetas inundados de gente y vendedores.

“Aistaaista lo que busca, qué le pongo, qué se lleva”, grita otro y la gente sigue con los ojos bien abiertos, da unos pasos y se vuelve a para ver las artesanías prehispánicas, chapulines tostados, posters antiguos, pajareras, perfumes, espadas, cascos, tangas fosforescentes, binoculares, navajas y cuchillos; carriolas y portabebés, toritos de cacahuate, motores, mientras los señores que salieron de su casa sin desayunar le entran recio al taco de barbacoa, de un caldo que hierve al fondo de una olla de aluminio.

OLGA MORALES, LA LÍDER

Son las diez de la mañana y Olga Morales del Valle camina por los pasillos que han dejado los vendedores sobre la calle Francisco Vázquez, luego de poner una tela sobre el piso donde extienden sus mercancías.

No mide más del metro sesenta. Tiene el cuerpo menudo y regordete y una piel morena como el pueblo, pero aquí todos saben que es la líder, la que reparte el queso y los espacios. Nadie la baja de cabrona.

Sin embargo ella también un día tendió su tela para vender ropa americana usada, con lo que sacó adelante a sus cinco hijos y una hija que está por recibirse de la carrera de Ciencias Políticas: “le gusta el chisme”, dice y ríe.

Pero de esos tiempos en que Olga Morales tendía su tela con ropa americana tiene como 25 años, cuando se formó el tianguis con gente que quería vender las cosas de su casa o “compañeros que no tenían fuentes de empleo, estudiantes que necesitaban para comprar libretas, útiles para la escuela”.

Con ese grupo llegó Olga, “éramos como 50 vendedores en aquellos tiempos. La necesidad nos hizo trabajar de varias cosas, vendiendo ropa nueva, usada, chácharas nuevas, usadas, de todo, hasta comida; había pocas casas y estaba lejos del centro de la ciudad, hay vendedores que han fallecido de viejos, hay otros que tienen 25 años y han dejado su vida acá”, y unos más como La Abuela.

“Una compañera que hace tres años, en un diciembre le dio un paro cardiaco, tenía como 70 años, de momento se sintió mal, la llevamos a su casa pero pues se murió… todos le decían La Abuela; vendía ropa usada”.

Olga Morales dice que aquí no existen clases sociales, pues lo mismo ha estado en el tianguis la mamá de Elizabeth Morales, la alcaldesa de Xalapa, que albañiles y gente pobre.

“Ella venía a darse sus vueltas al tianguis, a comprar, el maestro Zúñiga también, David Velasco igual se dio sus vueltas checando para ver qué había”.

Por el tianguis han paseado “candidatos de la política, casi todos han venido y también coleccionistas, como venden antigüedades luego vienen a comprar. Aquí hay de todo, gorditas, empanadas, garnachas, atole, mondongo, barbacoa chilatole de panza, de borrego, de res, taquitos, carnitas por allá, se vende de todo”.

Y también los vendedores son de todas las clases, pues como no hay fuentes de empleo, asegura Morales del Valle, “vienen a vender licenciados, doctores, enfermeras, albañiles, fontaneros. Tenemos de todo y clientes hay de todo, tanto gente humilde como de un nivel más alto. Como no hay un buen salario la gente busca algo económico”.

Aquí se venden artículos “a lo mejor de no muy buena calidad”, pero sí baratos, ya que son cosas usadas y nuevas que los comerciantes traen de México y Puebla o de las casas de fraccionamientos como Las Ánimas, que la gente de esos lugares acepta vender por deshacerse de la ropa, muebles, zapatos que no necesitan y les estorban en su casa.

El GÜERO

Miguel Ángel López, “El Güero”, de rubio no tiene nada, pero así le dicen. Llegó al bazar hace 23 años con 50 playeras de rock que fue vendiendo domingo a domingo hasta hacerse de clientes: “fuimos sobreviviendo a todo, a veces no había ventas pero nos la fuimos llevando hasta ahorita que se nos hizo un modo de vida”.

A lo largo de los años El Güero ha vendido casetes mezclados, discos, lentes de sol y películas. Empezó con VHS, luego “vino el vcd y de ahí le brincamos al Dvd”, dice mientras la mirada se pierde en un universo de telas tendidas en el piso donde hay hornos de microonda, cuadros al óleo, casetes, pines oxidados, muñecos, carritos, BuzzLightyear, canastas de mimbre, bolsas, huaraches, raquetas, laps, computadoras, teclados, ropa para bebé y MonsterHigh.

Miguel Ángel tuvo que dejar el domingo, que para algunos es un día familiar “para venir aquí a subsistir. Este fue el primer tianguis en Xalapa de ropa nueva y usada y hoy todavía mucha gente viene porque encuentra cosas económicas. Lo que en tiendas lo dan muy caro aquí lo puede encontrar al 50 por ciento. Hay gente que viene a buscar herramienta de uso que todavía aguanta, la verdad es un tianguis muy reconocido por todas las clases sociales”.

Incluso la gente de dinero “agarra y viene en sus carros temprano y abre sus cajuelas y traen ropa que ya no ocupa, que es ropa buena que mucha gente no puede comprar nueva. Aquí viene mucha gente de todas clases sociales a buscar cosas coleccionables, rústicas, aquí vienen y lo pueden encontrar”.

El Bazar, dice, ya es una tradición para las familias xalapeñas, porque aparte de que desayunan pasan a chacharear, a ver qué encuentran, “una herramienta que les haga falta, una película, una playera hasta cosas para mascotas, la ropa usada, los aparatos electrónicos que algunos compran en remates, empeños, o con la misma gente que llega a ofrecer porque también echan cambio de trueque, luego te dicen me gusta esa pantalla, te doy esto y tanto de ribete”.

MÁXIMA, LA FUNDADORA

Máxima Hernández es una de las fundadoras del tianguis y con esa calidad asegura “aquí se dan los precios más bajos de todo Xalapa. El Bazar es la ley, vendemos bonito, bueno y barato, las tres b”, dice y suelta la carcajada.

Y es que a pesar de que anda “ponchada” porque hace unas semanas sufrió la fractura de un brazo, no quiere dejar su espacio en el tianguis: “hay ambiente, yo extraño el domingo que por cualquier cosa que me enferme o qué sé yo, no vengo, sí se extraña, ya nos acostumbramos avenir… como todos los vendedores nos llevamos bien, no falta el que le echa el ojito al negocio cuando se va el compañero un rato porque algunos sí se han llevado cosillas”.

Y es que en los tendidos también hay libros y revistas porno, señoras que jalonean al chamaco por el hombro.”Camínale niño”, dicen sin dejar de ver las gorras, joyas, celulares, estéreos, toldos; los disfraces, monedas antiguas, bocinas, herramientas, estufas, cargadores, diademas, pinturas de uñas, peceras, blackberry, pan de huevo, muebles de madera, plantas y flores; frutas y verduras, perros; tarántulas encerradas en peceras, miel, gelatinas, cuchillos, navajas, merolicos, conejos, chones y brasieres y hasta llantas.

Máxima dice que mientras venda uno, “se está todo el día” y por lo mismo para ella no existe domingo que no sea de trabajar, por ello se levanta a las 4 de la mañana para acomodar toda su mercancía y llegar a las 6 de la mañana a la Orizaba, de la colonia Veracruz, que es donde vive.

“En lo que empaco y me traigo mis chivas se me hace tardecito. Ya nada más me traigo mi cafecito y mi pan para desayunar como a las 9 de la mañana. Si no hay clientes estamos sentados y si no parados viendo qué van a llevar, porque luego hay clientes indecisos, nada más ven y buscan y ya, por eso hay que ser bromistas sino cómo vendes, las penas que tengamos se quedan allá en casa, no vienen con nosotros”.

Con el trabajo en el tianguis donde vende artículos de mercería y ropa levantó a sus tres hijos y les pagó estudios hasta que quisieron: “uno trabaja en Radio Teocelo, estudió Ciencias de la Comunicación y los otros dos nada más Prepa, como son mujeres agarraron camino”, dice, mientras por los pasillos del Bazar se oye un pregón: “lámparas de remate, lámpara para la recámara, para la cocina, el comedor, puede checarla sin compromiso Jefa”.

Amigzaday-th
Amigzaday López Beltrán
Periodista mexicana radicada en Inglaterra. Fundadora de Revista Era. Ha colaborado como freelance en medios como Proceso, Democracia Abierta, Houston Chronicle y Women in Journalism.

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