La jocosidad priista no parecer tener límites. De regreso al poder, vuelven los grandes maestros del humor involuntario. Los priistas han dejado a nivel de párvulos en el arte ceremonial a sus adversarios. Murillo Karam quiso hacerse el gracioso, pero no sólo ha dejado evidencias que es el arte que menos domina, sino que el público ha desacralizado la imagen de los políticos.
Con tono siempre adusto, los gobernantes actuales han campeado el temporal de la tragedia ocurrida hace unas semanas en la Torre de Pemex. Pese a las especulaciones mundanas sobre el hecho, han pretendido transitar con pies de plomo esta difícil situación.
Obligados por la circunstancia, no pueden ignorar el imperativo de mostrarse transparentes o al menos simular serlo, pero lo que aflora a menudo son las torpezas. Durante todo el régimen priista y aun hoy, si dirigimos la mirada a los espacios locales y regionales, los integrantes del revolucionario institucional jamás han tenido los incentivos adecuados para prácticar la transparencia. El viejo apotegma “la corrupción somos todos”, no sólo erraba el diagnóstico sino que, principalmente, ofrecía el sucedáneo simbólico de responsabilidades específicas; si todos eramos corruptos, para qué buscar agua debajo de las piedras. Con actos sacrificiales se nos pretendía hacer creer que se combatía la corrupción y en actos emblemáticos, sin el debido proceso, eran enjuiciados públicamente funcionarios cuya principal felonía eran la torpeza, los excesos o desafiar al presidente en turno.
El problema es que han sido tantos años de malas prácticas, que la ciudadanía poco crédito otorga a lo que venga del gobierno. Aunque lo que se nos diga sea verdad, siempre existe un halo de sospecha. Cuando un político mexicano toma la palabra, enseguida cinco detectores de mentiras se desquician. La falta de transparencia o la corrupción abierta no es patrimonio nacional y hoy los partidos se disputan donde se encuentran los escolapios más avanzados. Transparencia Mexicana ha documentado como antes que descender, los índices de corrupción en México se han incrementado pese a la alternancia en el poder. Todos los países en el mundo toleran algún grado de corrupción, pero desde luego hay niveles y en México tenemos mucho camino por recorrer.
En la explosión, se ha dicho, no se descarta ninguna hipótesis, incluida la del posible atentado. Pero las especulaciones corren más pronto que las ruedas de prensa y en la opinión pública lo que menos se tienen son certezas. Sin embargo, podemos contribuir con algunas conjeturas a fin de diversificar los ángulos de análisis.
Una primera hipótesis deviene del hecho de que pudieran haberse eliminado archivos, así como evidencias de posibles malos manejos en Pemex; pues la explosión, si nos atenemos a lo dicho por la parte oficial, no provocó ningún incendio, pero sí dañó la parte baja del edificio y convirtió en escombro algunos de sus espacios, así como el material de oficina ahí resguardado. Murillo Karam ha declarado que se ha recuperado el cien por ciento de los archivos, cosa increible después de ver las fotografía publicadas donde se observa el tamaño del daño. En aras de la claridad, la pregunta que debería responderse es ¿qué tipo de archivos se resguardaban ahí?
Otra hipótesis es que la explosión fue deliberada con el fin de acelerar la privatización de Pemex, toda vez que el gobierno ha sido incapaz no sólo de administrar bien la paraestatal (ha sido el cuerno de la abundancia por donde se han escabado cuantiosos recursos, remember pemexgate), sino que ahora demuestra que no puede brindar los mínimos de seguridad para no ponerla en riesgo en circunstancias como estas. Estas sospechas cobran sentido cuando los actores políticos en defensa del petróleo salen a declarar que no permitirán la privatización de Pemex.
Sin embargo, la hipótesis que ahora se desliza a la opinión pública a través de los medios es que existía una acumulación de gases en el drenaje o algún ducto, del cual Pemex no tenía conocimiento (what???), teniendo como resultado la explosión. De acuerdo con esta versión, se llevaban a cabo trabajos de mantenimiento en el sótano e incidentalmente uno de los trabajadores enciende una lámpara, lo que produjo la explosión. Muchas preguntas se pueden desprender de supuestos semejantes, pero lo cierto es que ahora tenemos más dudas que certezas. ¿En qué tipo de receptáculo se acumuló el gas metano sin fugas que permitieran o advirtieran de peligro? Si, como se informa, el gas pudo provenir del drenaje o ductos de Pemex, resulta increíble comprender ¿cómo quienes diseñaron y contruyeron ambas cosas se les olvidó incluir válvulas de liberación de presión? Cualquier ingeniero de medio pelo sabe los imprescindible de esa medida y el uso de artefactos adecuados a ese propósito.
Dentro de todo el desastre, parece venturoso al menos que los funcionarios y los ciudadanos estemos aprendiendo a dar explicaciones y justificar acciones, unos; y a exigir explicaciones, otros.
Es una pena, pero a los políticos no se les puede creer… aun y cuando intentasen decirnos la verdad, cosa bastante improbable en el caso mexicano.
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