Pasada la agitación electoral que llevó a Enrique Peña Nieto a la Presidencia de México, los temas cotidianos han vuelto a concentrarse en la atención de la población.
Sin embargo, un elemento que se observa más fuera que dentro de México, es el seguimiento a lo que ocurre en este país, que al fin y al cabo es una suerte de laboratorio político latinoamericano. Desde la revolución mexicana, hasta las siete décadas de gobierno del PRI, como la llegada de Vicente Fox a la Presidencia, así como el acercamiento geográfico, económico y político a los Estados Unidos, han servido para que la atención latina se centre en lo que ocurra tierras mexicanas.
Las elecciones generales mexicanas captaron la atención de la opinión pública de todo el hemisferio, en una época de reacomodamientos geopolíticos en los que se tiene dos bloques diametralmente antagónicos y que tácitamente luchan por la hegemonía ideológica.
En un lado, aparecen los llamados seguidores del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), dirigidos por la Venezuela de Hugo Chávez y acompañada de Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Aquí émulos ideológicos del chavismo son Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega. Todos ellos vinculados entre sí por un común denominador llamado socialismo, a partir de un mayor control del estado sobre la dinámica económica y social.
Por otro lado, asoman los aplicados seguidores del modelo económico neoliberal, como Colombia, Chile y sobre todo el Perú, con un crecimiento anual promedio de 7%, basado en la producción de la industria extractiva minera, y que lo ubica como uno de los abanderados de la lucha antichavista, especialmente en Sudamérica.
El 2011 y 2012 son años electorales en América Latina. El año pasado, se pensó en vuelco político en el Perú con el triunfo de Ollanta Humala, quien ya en la Presidencia de la República, se acomodó sin chistar al mandato neoliberal, aunque enfatizando un discurso de crecimiento con inclusión social.
En Venezuela, en un par de semanas el chavismo se juega todo su caudal político en unas elecciones en que un Hugo Chávez aquejado por un cáncer, enfrentará a un cuajado Henrique Capriles. La pregunta es ¿qué tanto podría sobrevivir el chavismo sin Hugo Chávez? Aunque el gobierno del actual presidente está desgastado, sigue contando con un amplio apoyo popular sobre todo entre las capas sociales más bajas del país.
Es por eso que se dio una enorme expectativa por ver qué iba a ocurrir en las elecciones mexicanas. Se pensó en un giro a la izquierda con Andrés Manuel López Obrador. El agrio sabor que le dejó los comicios en 2006 hicieron pensar que AMLO, una figura carismática entre la izquierda latinoamericana, podría cobrarse la revancha en el 2012. Sin embargo, el candidato del Movimiento Progresista no pudo articular un discurso que lo llevara más a convocar que a dividir.
La derecha latinoamericana también le dio algún crédito a Josefina Vásquez Mota, a quien veían como una natural integrante de su bloque. De hecho, la candidata del PAN fue invitada en marzo a una reunión de intelectuales convocada por el Premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa en Lima.
Los mexicanos y solo ellos eligieron su destino con Enrique Peña Nieto, en un regreso a la palestra política del PRI, un partido amado por unos y odiado por otros en América Latina debido a que es un ejemplo de lo que se debe o no se debe hacer políticamente. Ningún partido de la región ha igualado la estructura interna del PRI que ha hecho que en más de 70 años conserve el poder.
Para bien o para mal, tal vez allí esté la gran diferencia entre el PRI mexicano y sus émulos latinoamericanos. Aquí pasan los políticos y queda el partido. En otros lados los líderes políticos intentan superar el legado de sus partidos y al final, cuando llegan las crisis, desaparecen ambos. Un caudillismo que se resiste a mirar la política desde una perspectiva moderna.
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