La tragedia de la colonia Ana Carreto

 

Dentro del próspero Puerto de Veracruz, existe la humilde colonia Ana Carreto, en ella, una casa con niños superhéroes que tras sus máscaras ocultan las cicatrices de un incendio y un duelo. Mientras sus padres, sin apoyo oficial, pelean con la pobreza para enviarlos a Texas a continuar su tratamiento

ÁNGEL RAMOS TRUJILLO

Aylín de 10 años nunca podrá parecerse a su madre. Las cicatrices que cubren su rostro quemado por el incendio no dejan ver las semejanzas.

Hace ocho meses el corto circuito provocado por una maraña de cables consumió su humilde vivienda en la colonia Ana Carreto, ubicada en la periferia de la ciudad de Veracruz.

Hoy la pequeña Aylín mira un montón de fotografías con cierta nostalgia. De vez en vez entre el legajo de imágenes aparece ella y recuerda cómo era antes, cuando se parecía a su mamá.

En la pila de fotos preservada de milagro había pocos retratos de Bryan, quien no pudo resistir el fuego abrasador. Murió a los seis años.

A diferencia de Aylín, sus otros dos hermanos repasan las imágenes con entusiasmo. Brisa, de 3 años, señala con sus dedos quemados al hermano que ya no está. También dice el nombre de su hermana mayor cuando alguien pregunta quién la salvó.

Las cicatrices que le impiden asemejarse a su madre son también una constancia del heroísmo de Aylín. Esas marcas las obtuvo al salvar a sus hermanos de las llamas. Bryan fue el único que la niña no pudo rescatar, por eso no puede sacarlo de su cabeza.

Ocho meses pasaron ya del incendio y Aylín tiene dos deseos: Añora que el cabello chamuscado pueda crecerle hasta los hombros y que sus hermanos no recuerden lo que pasó.

“Quiero que se me olvide cómo sentía la piel que se me derretía. Quiero olvidar los gritos de mis hermanos y como lloraban. Quiero que ellos lo olviden”, dice la niña de 10 años mientras contiene el llanto.

EL INCENDIO

Eran las 11 de la noche del 23 de febrero, los niños dormían. Isauro, el padre, salió a recorrer calles y bares del centro para vender dulces y flores. Leticia, la madre, fue por la cena. Cuando regresó, enormes llamas salían de las ventanas de su casa.

La mujer se acercó con la velocidad de un grito. Encontró a cuatro de sus cinco hijos tirados en el suelo terroso. Los vecinos con cubetas de todos tamaños intentaban apagar la llamarada rojiza. Había que rescatar a Bryan, quien todavía estaba atrapado.

El camión de bomberos no pudo avanzar hasta ese infierno porque las arenosas calles de la colonia Ana Carreto son estrechas y laberínticas. El auxilio de los tragahumo llegó después que los vecinos aplacaron el siniestro y llevaron a los niños al hospital en taxis.

Aylín despertó al sentir el calor del fuego. Su primer instinto fue correr hacia la cuna de Brisa para sacarla de entre las llamas que ardían en su colchón. Jorge, de 8 años, corrió a buscar la llave de la puerta, pero al no encontrarla empezó a gritar pidiendo ayuda.

Al poner a Brisa a salvo, Aylín regresó hacia el infierno en que se convirtió su casa aquella noche para salvar a Crístofer, de 5 años. Los vecinos lograron abrir una ventana y empezaron a sacar a los hermanos cuya piel se fundía.

Pero Aylín logró zafarse y de inmediato fue en la búsqueda de Bryan. No pudo salvarlo. Alguien la alcanzó para ponerla lejos de las llamas. La niña recuerda como era alejada de su hermano mientras él se quedaba en una esquina atrapado.

BATMAN Y BATICHICA

Resguardados en casa lejos del polvo de la calle, Aylín y Crístofer despojaron ya sus rostros de las máscaras que ayudan a sanar sus quemaduras.

Las caretas traslúcidas llevan pintados motivos que simulan antifaces de superhéroes. Él es Batman y ella Batichica. Esa fue la única forma con la que los médicos de Galveston pudieron convencer a los hermanos de portarlas.

Ahora están hartos de ellas y aprovechan la primera oportunidad para quitárselas. Incluso desarrollaron resistencia a los regaños de su madre, quien insiste que deben llevarlas en todo momento.

Los hermanos visten también trajes especiales ceñidos a la piel para proteger los injertos que les fueron trasplantados. Los atuendos cubren cada centímetro del cuerpo desde los tobillos al cuello. El traje de Batichica es azul y el de Batman color piel.

Los trajes los protegen de sus archienemigos: el polvo y el sol. Aunque las puertas y ventanas cerradas en todo momento evitan la polvareda de las terrosas calles de la Ana Carreto, nada puede liberarlos del principal efecto de su otro némesis.

El techo de lámina intensifica el calor del ambiente. En la casa hay dos ventiladores que son insuficientes para liberar a los niños del bochorno.

Aylín odia cuando gotas de sudor quedan atrapadas entre la máscara y su rostro. Le recuerdan la sensación de su piel cediendo al ardor del fuego.

“Sé que las máscaras son para nuestro bien, para quitarnos las marcas, pero sentimos mucho calor y, la verdad, a mi no me dan pena mis quemadas”, dice la niña con convicción.

Pero Leticia teme que su hija cambie de opinión conforme los años pasen, cuando un día se enamore de un niño y sienta que no es lo suficientemente bonita para él. De ahí que sea a la niña a quien más regaña cuando no está usando la máscara.

LA COLONIA

Los Vidal Báez han vivido ocho años en la colonia Ana Carreto, una de las más pobres del puerto. De acuerdo al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, 241 mil 503 personas viven en pobreza en la zona conurbada de Veracruz.

Está formada por cientos de casuchas distribuidas sin orden en un terreno sinuoso. Por sus callejuelas abunda escombro y basura, además de cables errantes que llevan electricidad de forma clandestina.

Durante siete años la familia habitó una construcción de madera y láminas, como muchas en la colonia. Apenas un año atrás terminaron de construir una casa que tiene paredes de concreto. Ahora ya no saben si la quieren.

“Quisiera llevar a los niños a otro lado para que se olviden de todo, también esta casa nos trae muy tristes recuerdos a mi esposa y a mí”, dice Isauro.

Pero la casa es el fruto de muchos años de ahorros, también la causa de endeudamientos que todavía deben saldar. Para el día del incendio, la construcción apenas llevaba terminada unos meses.

“Si la casa hubiera seguido de madera ningún niño estaría ahorita vivo, por eso también le damos gracias a Dios que la pudimos hacer de material”, agrega el padre de familia.

Los cuatro niños juegan con una pelota en la calle. Por ser una ocasión especial los padres los dejaron salir a donde reina el polvo. La pelota no es nueva, Jorge la lava después de usarla, por eso la conserva intachable.

De las casas cercanas salen otros niños. Algunos se unen al juego. Sobre sus cabezas, delgados cables multicolores empatados con cinta de aislar forman tejidos caprichosos. Son otro recordatorio de aquel incendio y de la marginación del lugar.

“¿A dónde vamos a ir?, ésta como sea es nuestra casa y si todo sale bien, tarde o temprano van a regularizar los terrenos y legalmente va a ser de nosotros. Nos van a poner luz, agua y drenaje, eso es lo que nos ha dicho la líder”, señala Leticia esperanzada.

VISITA AL PANTEÓN

Es domingo por la mañana. Crístofer y Jorge avanzan con soltura entre los caprichosos pasillos del panteón Jardín de Veracruz. A la distancia los sigue Brisa, tras de ella Aylín. Leticia e Isauro caminan siguiendo a los niños con la mirada.

La familia no tiene mucho presupuesto para ofrendas, pero esta mañana hay rosas frescas para la tumba de Bryan. Al llegar a ella, Jorge limpia la cruz y Crístofer acomoda unos pocos juguetes sobre el montículo de tierra. No hay dinero para levantar una lápida.

Leticia está preocupada. Hay que costear los pasaportes y visas que Aylín y Crístofer necesitan para viajar a Estados Unidos y continuar su tratamiento. El primer viaje fue posible por un permiso especial al estar en juego la vida de los niños, ahora no pueden hacerlo así.

Durante una semana la mujer acudió a las oficinas del DIF de Veracruz para solicitar apoyo. Solo recibió largas, no la atendieron. Después de la expectación que causó el caso de sus hijos prometieron ayudarlos, pero al final los abandonaron.

Tampoco han sido llamados por la asociación Michou y Mau. Pero Leticia no quiere molestarlos con más asuntos, pues el organismo prometió financiar el tratamiento de los niños hasta los 21 años.

“La tumba puede esperar, lo que más nos urge ahorita es conseguir el dinero para las visas y los demás papeles”, explica la madre de familia.

En Galveston está la esperanza de Aylín y Crístofer. No hay tecnología en México que permita atender la naturaleza de sus quemaduras. Conseguir los documentos no es una opción, por eso, con una oración, le piden a Bryan que ayude a sus hermanos desde el cielo.

LA CULPA

Fue un súbito corto circuito el que arrebató a Aylín los rasgos que heredó de su mamá. La improvisada instalación eléctrica de la casa está conectada a la maraña de cables que llevan energía a las 920 casas de la Ana Carreto. De ahí vino la falla.

Isauro mira las paredes blancas de su casa, recuerda los ladrillos carcomidos, las camas hechas cenizas, los juguetes derretidos, la piel de sus hijos marcada para siempre. Recuerda a Bryan y piensa en lo que pudo hacer para evitar esa desgracia.

“Cuando nos da tiempo de ponernos a pensar mi esposa y yo nos preguntamos si fue nuestra la culpa. Dicen que Dios sabe por qué hace las cosas, pero uno siempre piensa si las cosas pudieron ser diferentes”, reflexiona el padre de familia en medio de la callada habitación.

Pero para Ana María Carreto Sánchez, la mujer que fundó esa colonia hace 17 años, el incendio es una tragedia que siempre estuvo escrita, una que nadie podía evitar. También sabe muy bien de quién es la culpa.

“Ese incendio pudo ser en cualquiera de las casas. Los quemados pudieron ser cualquiera de los niños que aquí viven. La pobreza tiene la culpa de todo, por ser pobres nos morimos así”, reflexiona la mujer.

*Originario de Coatzacoalcos, Veracruz. Licenciado en periodismo por la Universidad Veracruzana. Quería relatar historias de ficción hasta que encontró que también es importante contar las reales, por eso se dedica al periodismo. Actualmente trabaja en el periódico Imagen de Veracruz.

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Amigzaday López Beltrán
Periodista mexicana radicada en Inglaterra. Fundadora de Revista Era. Ha colaborado como freelance en medios como Proceso, Democracia Abierta, Houston Chronicle y Women in Journalism.

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