Los héroes modernos vienen sin capa

Aun año de cumplirse el arribo de la Policía Naval a la zona conurbada Veracruz-Boca del Río, los Marinos lo mismo rescatan animales o ponen a salvo a personas, eso sí con las debidas precauciones, pues su vida, tiene precio: 80 mil pesos para quien mate a uno de ellos

CARMEN KAHLO

El 29 de enero la señora Araceli Vega caminaba por las calles de una colonia popular del municipio de Boca del Rio, cuando de pronto algo atrajo su atención: un tlacuache se ahogaba en una coladera abierta llena de agua.

A cada brazada el animal perdía fuerzas. Su instinto de supervivencia lo aferraba a salir del agujero, mientras la señora Araceli, inexperta en rescate y temerosa de aquel omnívoro buscaba ayuda.

Desesperada pidió el auxilio de elementos de Protección Civil del ayuntamiento de Boca del Río: ellos tendrán idea de cómo rescatarlo, pensó. Pero para su sorpresa, sólo acordonaron la zona. Su excusa, no contaban con el equipo necesario para rescatar al animal. Sólo clausuraron la alcantarilla.

La misma decepción corrió la señora Araceli, cuando solicitó el apoyo de elementos de Tránsito que pasaban por el área.

¿Quién podría ser el valiente que dejara atrás el miedo y rescatara a este bello y peculiar mamífero de las garras de una muerte segura?, se preguntaba intranquila la ama de casa.

Sí, aún había valientes. El llamado fue atendido por un grupo de encapuchados que a bordo de una camioneta de batea, sujetaban entre sus manos armas de grueso calibre. Pararon la marcha del vehículo y descendieron. ¿Cuál es el problema?, preguntaron. La desesperada mujer de manera breve relato el hecho.

Los encapuchados, identificados como elementos de la Policía Naval se desplegaron por la zona en búsqueda de alguna “herramienta” que les sirviera para rescatar el desesperado animal.

Unas ramas fungieron como unas improvisadas pinzas y con calma, paciencia y cuidado el animalito de escasos 40 centímetros logró salir de aquel agujero. Al estar sobre el pavimento fue tomado por uno de los encapuchados para secarlo a conciencia y ponerlo en libertad en un lote baldío cercano al área.

La anterior historia se clavó en los corazones y mentes de la ciudadanía veracruzana, quienes el 21 de diciembre de 2011, vieron llegar a cientos de elementos de la Secretaria de Marina -Armada de México para suplir las funciones que realizaban oficiales de la Policía Intermunicipal Veracruz-Boca del Río, corporación que fue disuelta.

Se enfundan en un traje camuflajeado color azul, botas negras lustrosas, algunos portan guantes, otros prefieren portar el arma con la mano desnuda. De igual manera se colocan una máscara -cual héroe de ficción- que oculta su rostro, sólo deja al descubierto sus ojos, cuya mirada se torna dura e inexpresiva; un casco los protege de la lluvia y el sol, así como de uno que otro “pasado de lanza” que busque, cual época revolucionaria, derribarlos a pedradas.

Ese es el traje de un héroe, un héroe perteneciente a la liga de la justicia llamada Marina.

ROBANDO CORAZONES

“La primera vez que los vi iba a bordo en un camión urbano rumbo a la escuela. A un lado se paró una camioneta que llevaba unos cinco marinos, armados hasta los dientes, enfundados en su uniforme con un cinturón como el de Batman con un sinfín de bolsitas. Del lado derecho era visible la cacha de su pistola, mis ojos los iban recorriendo de arriba abajo y cuál fue mi sorpresa que cuando levante la mirada, mi vista chocó con unos ojos muy expresivos (…) sé que estaba sonriéndome y burlándose de mí, pues lo estaba viboreando casi con la boca abierta, pensando que bien se ve ese Marino(…) no tendrá calor”, refiere una ciudadana sonrojada que prefirió omitir su nombre por temor a desencadenar los celos de su novio.

Y es que de manera indescriptible y contrario a cualquier pronóstico, los elementos de la Marina Armada de México, se han vuelto los “sex symbol” de la comunidad veracruzana. A más de una fémina los uniformados las “vuelven locas”.

“Me dan unas ganas de decirle, venga cáeteme, búsquele, pásele con confianza”, refiere Karen García ama de casa, madre de tres y habitante de la colonia Hidalgo en el puerto de Veracruz.

“Si viera usted que guapos se ven en ese uniforme, cuando yo los veía en carnaval me parecían la cosa más maravillosa, son tan amables que a cualquiera enamoran”, se explaya mas a gusto.

CARNAVAL, MISIÓN PELIGROSA

El Marino Gabriel Posadas sostiene entre sus dedos un Marlboro 100´s, esos cigarros largos que parecieran ser agua entre su boca, que tímida se asoma entre el bromoso y caluroso pasamontañas que resguarda su identidad.

A su lado permanece otro joven policía que mantiene la mirada pérdida, observa detenidamente a los transeúntes como queriéndose colar en sus pensamientos y saber porqué ríen o porqué ni siquiera le sostienen la mirada.

“Llegar a Veracruz representó un gran reto, no sabíamos qué esperar, uno está acostumbrado a lidiar con delincuentes más no con civiles. El Carnaval fue una de las misiones más peligrosas que pudimos pasar, fue como un entrenamiento único, jamás visto”, refiere Gabriel, mientras hace una pausa para fumar y expulsar rápidamente el humo.

“En Carnaval las chavas se nos aventaban y pues tres cosas pasaron. Uno: había que iniciar con todo el servicio, dos: teníamos la encomienda de resguardar a las cientos de familias que vinieron a festejar, y tres: pues ellas estaban alcoholizadas y lamentablemente ebrias, y digo lamentablemente ebrias, porque te aseguro que sin una gota de alcohol y nosotros sin todo esto que traemos encima, ni siquiera nos voltearían a ver”.

Ambos ríen, Gabriel deja entrever sus dientes pequeños y derechitos, mientras que su compañero parece más una caricatura, pues sus ojos se entrecierran. Sé que está riendo, ¿pero dónde está su sonrisa? ¡Ah sí! Eso de las mascaras que incómodo la verdad.

Mientras continúan con su guardia, la gente que pasa por el área los observa, a algunos les causa extrañeza ver que un Marino ría, fume y platique.

EN PRO DE LOS MÁS DÉBILES

En la esquina de la Avenida Cuauhtémoc y J.B. Lobos de la ciudad de Veracruz una camioneta con cinco elementos de la Marina a bordo se estaciona. De la batea bajaron a un hombre delgado con una mochila negra, sobre el hombro izquierdo mientras que con su brazo derecho cargaba una vara de madera, que semeja un palo de escoba.

Para bajarlo del vehículo lo toman de los brazos. Una vez que el hombre estaba sobre la banqueta se le escucha decir: “por favor dime qué camión viene ahí, si es Coyol dile que me haga favor de bajarme en la esquina de la iglesia que está frente a Chedraui”.

El Marino ofreció su hombro al sujeto y lo encaminó a la parada del transporte, mientras el sujeto con el palo iba intentando abrirse paso en una calle desconocida, oscura para él, pues se trataba de un ciego.
La imagen no pudo pasar desapercibida para los ciudadanos que circulaban por referida zona.

“Tenemos la obligación civil de ayudar a quien lo necesite, queremos hacer un mejor país, pero como logramos eso, pues ayudándonos los unos a los otros, o que ¿si me ves en la calle sin uniforme y un día te pido que me ayudes a cruzar porque no veo, me vas a decir que no?”.

CABEZAS CON PRECIO

Al lado de Gabriel, siempre permanece alerta Alejandro. Toma el pasamontañas por debajo de su barbilla y lo sube hasta la altura de su nariz chata que parece sentir alivio al respirar y sentir la caricia de la brisa marina de un sábado por la tarde en Veracruz. De la bolsa de su pantalón derecho saca unos chicles, mientras que la mano izquierda sostiene el cañón de su arma, introduce la goma a su boca y en un tris, vuelve a su posición de centinela.

Alejandro rompe el silencio y empieza a hablar, poniendo la vista siempre en todo y nada.

“Nos venimos a poner las pilas, a que nada ni nadie nos sobornará, la tarea era especifica, luchar contra todos y cada uno de aquellos que buscaban perpetrar la paz y tranquilidad de los veracruzanos, pero sabemos por gente que hemos logrado detener, que la recompensa por acabar por uno que otro de nosotros ascendía a 80 mil pesos, eso es lo que vale la vida de un soldado que su único delito ha sido el de ser amante de su patria, de su bandera y por supuesto de la ley (…) “

Por eso, refiere, tomaron medidas como portar día y de noche pasamontañas “a fin de que si algún día andábamos de civil entre la población pudiéramos pasar en verdad desapercibidos (…) tu no lo sabes, pero la presencia de la delincuencia es tal, que hasta el que anda repartiendo o vendiendo periódicos por decirte algo, puede ser uno de ellos”.

Gabriel solo sonríe y mientras enciende otro cigarro — ¿En qué momento apago el primero? veo de reojo al suelo y lleva más de cuatro–. Retoma la batuta de la plática: “No tenemos miedo, sabemos a lo que nos ateníamos una vez que entramos a este changarro. No puede pasarnos nada, una fuerza especial nos protege, las oraciones de nuestras familias, amigos y conocidos, no es que seamos invencibles pero si resistentes al dolor, y ¿miedo?, sabes qué hay detrás del miedo: el éxito”.

Se hace un silencio, y pienso es cierto detrás del miedo esta el éxito, ¡quién lo iba pensar!, y en ese momento Gabriel me dice “tenemos que irnos cambio de zona, un gusto platicar contigo”.

“Alejandro” aprieta el paso y de manera casi gimnastica aborda la camioneta de batea color blanca con azul, la cual abordan dos elementos más que voltean y sonríen, sé que sonríen debajo de esa mascara, pues su mirada se torna más dulce.

Gabriel autoritariamente me dice: “ten mi id, márcame cuando publiques esto, queremos leerte. Ahora nosotros queremos ser quienes pregunten qué es lo que hace un reportero. No vivas con miedo, seguiremos aquí”, corre y también aborda el vehículo que parece imponerse ante los otros automóviles que circulan sobre la avenida que se detienen para darles el paso.

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Amigzaday López Beltrán
Periodista mexicana radicada en Inglaterra. Fundadora de Revista Era. Ha colaborado como freelance en medios como Proceso, Democracia Abierta, Houston Chronicle y Women in Journalism.

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